No, no somos conscientes todavía. Brindamos, saltamos, celebramos, llenamos nuestro discurso de adjetivos grandilocuentes, como si así nos convenciéramos de conocer la magnitud de lo vivido, mas en el fondo sabemos que aún no está asimilado lo que únicamente se puede relatar mediante nostalgia y tiempo. Con voz temblorosa y arrugas de nuevo cuño, lo que hoy nos hace felices, mañana nos hará radiantes.
La URSS sesentera y ochentera, la Yugoslavia setentera y principio de los noventa, la España del nuevo siglo. Cuesta asimilar que, probablemente, algún niño de Kaunas o Novi Sad quiera defender como Alberto Díaz o que a los viejos rockeros del futuro les comparen con Rudy Fernández, al igual que en generaciones previas se hacía con Bodiroga o Gallis, pero esta España fue, es, y por siempre será, referencia común para medir los grados del éxito o calibrar el miedo en los rivales.
Una novela cuyas páginas se multiplican a medida que vas leyendo, al tiempo que vas disfrutando, un poeta que siempre te deja ganas de leer más. ¿Acaso no creímos infinidad de ocasiones que cerrábamos el libro por el último capítulo? ¿Cuántas veces hemos hablado en esta última década, tras medalla, de final perfecto al ciclo dorado? Sin medias tintas, lo vivido el 18 de septiembre de 2022 en Berlín solamente puede ser epílogo dorado o el más emocionante prólogo de una nueva leyenda. Y valiente aquel que se atreva a no creer en lo segundo tras la gesta de las gestas de una escuadra cuestionada e inexperta en la que nadie creyó hasta la evidencia de tanta magia. La magia de lo irracional.
Francia solo se vio por delante unos segundos mediante resultado futbolero (0-1) antes del despegue español. Cinco jugadores abriendo la pista, la circulación de balón francesa tan anulada como sus intentos de pick & roll, un Jaime Fernández incontenible a ambos lados de la cancha y Willy bailando sin clemencia a Gobert, incómodo tan lejos del aro. Un mate del mayor de los Hernangómez confirmó el golpe inicial (18-7, m.8) y la entrada de la segunda unidad casi confirma el partido, con aroma por momentos al de otros oros en los que, tras sudar sangre en semis, la final se quedó en paseo.
Fernández y Díaz trasladaban su alianza defensiva al ataque (23-14 al término del primer acto) antes de la puesta en escena del tipo que, poseído, convertiría en trending topic, en el último domingo del verano, a Adam Sandler y Bo Cruz. Y es que si España había tenido su propia película (las pinceladas de la primera fase, las remontadas de pura fe frente a Lituania y Finlandia, la obra maestra frente al anfitrión germano), a Juancho le entraron ganas de secuela en el segundo periodo. Nadie ya le quitará haber protagonizado alguno de los mejores minutos que el baloncesto patrio disfrutó jamás, sin necesidad de bombas navarrescas, chisteras riquirubiescas o miradas asesinas de Pau. Solo Juancho y la gloria. Solo Juancho y sus triples de mil colores. Contra la zona, contra la razón. Los dos primeros, para el +15; los dos siguientes, para estirar el mordisco hasta el 12-2; los dos últimos, de la mano de otro enceste de un Willy al que se le iba poniendo cara de MVP, para sentenciar el partido (47-26) a dos minutos y medio del descanso. O eso nos hizo creer.
No ocurriría, desde luego, con Francia de rival. El cuadro galo, que ya le remontó dos duelos perdidos a Turquía e Italia, dibujó las trazas de su tercer milagro de la mano de Fournier, Heurtel y Yabusele. Un destello fugaz para aliviar el temporal al descanso (47-37) que acabó transformándose en sangría a las puertas del ecuador del tercer periodo: 2-20 de parcial y partido nuevo (49-46). Habría que ganar dos veces a Francia en una misma contienda, un desafío que el combinado español aceptó con la entereza del que únicamente sabe respirar, entrenar y jugar en clave de campeón. Quizá, como sentenció la propia FIBA, tal destino ya estaba escrito: el baloncesto ese juego simple en el que 10 jugadores persiguen el balón durante cuarenta minutos y en el que, al final, siempre gana España.
Un barco cargado de héroes
“Esto es hacer baloncesto”, diría Scariolo en el pospartido, orgulloso por haber dignificado el deporte que moldeó su vida. “Pasar la pelota, respetar los roles, entrenar duro, ayudarse, no tener egos”, continuaba, convencido de aquel viejo mantra de lo colectivo por encima de lo individual era algo más que un tópico facilón en ese barco de supervivientes y guerreros al que pocos se quisieron subir. Solo ellos sabían, solo ellos creían, a base de una concepción de juego estajonavista, humilde y solidaria que acabó por desbordar al gigante francés. Cada secundario tuvo su momento en el torneo. El de Jaime Fernández arribó cuando el balón más quemaba, prendiendo la mecha española con un robo y un par de triples para completar un colosal bagaje (13 puntos, 4 recuperaciones) y darle a sus compañeros un timón que no soltar. Los Hernangómez se conjuraron en otro 12-2 explosivo (61-48, m.26), y, pese al estado de gracia de Fournier, la ‘Familia’ alcanzó el cuarto definitivo sintiéndose ganadora (66-57), tras un triple vital de Rudy y un tapón de videoteca del bastión Garuba.
El intercambio de golpes soplaba a favor de los ibéricos. Brown -“Lorenzo I de Albacete”, para Usman- y su tiro a media distancia, Juancho y su séptimo triple -récord personal, tope en la selección compartido con Navarro y segunda marca histórica del torneo-, Scariolo y la enésima exhibición de una pizarra que Collet aún intenta descifrar. De la zona 3-2 al box and one, el más italiano más español desde Rafaella Carrà jugaba al ajedrez incluso en sus protestas, como cuando una queja justificada le costó una técnica que, desaprovechada por Francia, acabó encendiendo a los suyos (71-61, m.35). Y eso, con cierto pelirrojo enfrente, suele acabar mal para cualquier oponente.
Tenía que ser él el que pusiera la rúbrica final. Dos triples, un robo, un puño al aire. Héroe de la clase obrera, símbolo y metáfora, el Eurobasket 2022 siempre será el de Alberto Díaz, probablemente el jugador más determinante desde el banquillo y el mejor defensor de un campeonato que pensaba ver desde su sofá. El malagueño más querido por el país desde Chiquito de la Calzada, MVP moral para todo aquel al que enamoró con su lucha, encarnó como nadie el encanto de un cuento de hadas que se tiñó de dorado con el 88-76 definitivo.
Y es que cuando el oro va delante, ya lo escribió Shakespeare, se abren todas las puertas. El mejor Europeo de la historia, el de los Doncic, Jokic, Antetokounmpo y Markkanen, el de las sorpresas, casualidades numéricas y desenlaces imposibles, concluyó con Willy vestido de MVP. La octava de Scariolo, la undécima de un Rudy que, con guiño a Llull y lágrimas en los ojos, se acordó de su padre al levantar el cuarto entorchado continental del combinado nacional. Bisagra del cambio generacional, taquígrafo de lo imposible, su orgullo contagió hasta al apátrida. Baños, birras, puros, reguetón. Y una visita al Muro de Berlín para celebrar su condición, por segunda vez en la historia, de vigente campeón continental y mundial al mismo tiempo.
Un revés ganador de Nadal, un adelantamiento postrero de Alonso, una remontada impensable de Mireia Belmonte. La última obra de arte de la factoría Scariolo ya es historia del deporte español y del propio baloncesto internacional por su belleza inesperada, carne de documental. Cuesta sorprender cuando solo sabes ganar, sí, pero como ocurre con un te quiero que recibes por sorpresa, vencer es siempre más bonito cuando no entraba en tus planes. La selección más humana y terrenal fue también la más heroica. Una lección de vida, una medalla eterna: el oro que más disfrutamos… aquel que nunca soñamos.
- Artículo publicado originalmente en la revista Gigantes 1525 de octubre
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