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Las entrañas del efecto Faried, por Andrés Monje

Las entrañas del efecto Faried, por Andrés Monje

Artículo originalmente publicado en septiembre de 2014 durante el Mundial de España

De la fascinación que produce en deporte una sorpresa siempre emergen dos escenarios. Atados el uno al otro y con un orden marcado, como la asistencia precede a la canasta, la práctica al dominio o el talento al genio.

El primero, irremediablemente emocional, es el que más magia conserva. La sorpresa se apodera de los sentidos y magnifica la sensación de belleza de un fenómeno que, al final, es la misma esencia del juego: la atracción por lo inesperado.

El segundo, sin embargo, es plenamente cognitivo. La necesidad de entender por qué sucede, cómo es posible que el improbable llegue a posibilidad. La curiosidad, intrínseca al ser humano, como primer paso para explicar lo que antaño fue inesperado pero ya nunca volverá a serlo del mismo modo.

La sorpresa adopta estos días la figura de Kenneth Faried. Sin miramientos así es porque si bien no resulta desconocido su perfil ni su nivel, hubiese sido como poco atrevido vaticinar su impacto tan superlativo en las opciones de Estados Unidos. Al final, reconocible por ser el mayor productor de talento (físico y técnico) baloncestístico del planeta.

Porque en Faried el talento no es aparente, se esconde bajo una imagen de ala-pívot undersized alejado del dominio del tiro o del pase, los más susceptibles al enamoramiento visual. Ni siquiera su físico, tan explosivo como común en su país, es argumento suficiente para tal influencia.

Pero si algo está representando Faried es justamente eso, influencia.

Irónicamente el baloncesto, técnica y tácticamente evolucionado hasta el extremo, plagado ya de perfiles utópicos que no entienden de posición y suponen un perpetuo homenaje a la vanguardia, ve a comienzos de septiembre su esencia reflejada en un tipo que nadie sueña ser. Y sin embargo tan necesario para soñar.

Faried supone el reencuentro con lo más primitivo del deporte, asociarlo al estado de ánimo, a la diversión y la transmisión de energía. E incluso para el mayor ogro mundial, productor abundante de talento, esos aspectos son diferenciales. Nunca dejaron de serlo. La energía se contagia en baloncesto, se reproduce y genera versiones por rendimiento muy superiores a lo que en realidad son. Alimenta el trance.

Y ningún otro jugador del Mundial inocula ese virus energético como Faried.

No es que sea el mejor, no lo es, sino que obliga al colectivo a serlo. Su frenética actividad acelera por inercia las pulsaciones del resto generando una ola imparable y con fases bien conocidas. De la energía a la intensidad, de la intensidad al dominio defensivo, de éste al incremento del ritmo y de él a la plenitud del juego a campo abierto.

Del punto inicial al terminal del proceso, algo en común: él.

Ese alimento del ritmo, el volumen de posesiones por encuentro, es factor clave en el baloncesto de Estados Unidos. La perpetua búsqueda de crear contextos muy dinámicos de partido es el máximo deseo de un equipo plagado de perfiles idóneos para ello y preparado para resultar devastador en transición. De ahí que Faried, motor para elevar ese ritmo, sea básico.

El conjunto de Mike Krzyzewski es, con diferencia, el que más rápido juega del Mundial. El que a mayor desgaste obliga a sus rivales. Y si bien existe otro bloque, España, capaz igualmente de generar daño masivo en contextos muy rápidos de partido, hasta el momento no lo expone hasta esos niveles.

El ritmo vertiginoso, realmente la respuesta ante él, es el aspecto primario del favoritismo de Estados Unidos y España. Porque ese favoritismo no es tanto aglutinar talento y desplegar un baloncesto dominante –que también- como hacerlo, y ahí el matiz, a una velocidad inalcanzable para el rival.

Ritmo Mundial

Sin embargo no es únicamente un factor de energía el motivo para tanto impacto en Faried. Por mucho que su actividad sea demencial y ofrezca a menudo la sensación de encontrarse en varios sitios a la vez, ese ansia por correr la pista de arriba a abajo cual adicto y jugar por encima del aro no es más que el papel de regalo. Podrá ser atractivo, sí, pero el regalo está dentro.

Hay algo en Faried que suele pasar desapercibido y ya no debiera. Y es que aun siendo habitual que el balón acapare todo protagonismo, lo que sucede a su alrededor también guarda encanto. Faried está siendo el paradigma perfecto de jugador que entiende que en todo lo ajeno al balón también se ganan partidos.

No es sólo el indómito espíritu de la lucha por la segunda jugada, sino la forma de moverse e influir sin balón y la capacidad para ser, a través del corte o el rebote, una pieza protagonista en un sistema que ofensivamente no le concibe como tal. Estados Unidos no dispone de una sola jugada para la acción individual de Faried. Y sin embargo en muchas acaba emergiendo como capital.

Sin balón, en lo que podríamos denominar como ‘baloncesto oscuro’, es posiblemente el jugador de más influencia en todo el Mundial, por cómo interpreta los movimientos de su equipo y cómo los del rival. Y desde luego ese impacto alcanza su versión más gráfica en su área preferida, la que le llevó desde su juventud a la primera plana: el rebote.

Faried se expone abiertamente como una bestia en ese arte. Acabó su ciclo universitario (Morehead State) como el mayor reboteador de la historia de la NCAA moderna (desde 1973), con un total de 1673 capturas, 103 más que Tim Duncan (1997, Wake Forest) y 136 más que Derrick Coleman (1990, Syracuse). Y es que su falta de tamaño para jugar dentro nunca fue un problema en ese ámbito.

Su instinto animal, que sirve como germen para su apodo, se refleja en el Mundial a través de casi 4 capturas ofensivas en apenas 21 minutos de acción, cifra sin igual en todo el campeonato. Y cobra apariencia de un diablo, un poseso bajo ambos aros, especialmente el rival. El estadounidense es una permanente pesadilla en la zona ajena y ese factor condiciona el juego en transición del adversario.

La productividad de Faried (su equipo ha tenido un +133 de parcial durante sus 127 minutos en pista), aunque alimentada por el frenético ritmo estadounidense, es gigantesca y resiste comparación con cualquier otro jugador del torneo. Sus datos por minuto son de élite. Es justamente eso, la capacidad de sumar mucho y restar poco, otro aspecto que convierte al jugador en un complemento perfecto para su selección.

Tabla Eficiencia Mundial

Porque resulta llamativo, de hecho, que Faried sea en realidad un jugador pensado para equilibrar el perfil de Anthony Davis. Un secundario. Como un permanente desahogo de funciones oscuras y laboriosas que permitan a Davis, imberbe, hipnótico y devastador a partes iguales, marcar diferencias en plenitud. Sus roles son diferentes aunque su productividad resulte similar. Y su presencia al mismo tiempo presenta el juego interior que, España aparte, más condiciona al adversario.

Faried no requiere de peso alguno ofensivo, de hecho es más dañino al margen de la acción principal, con lo cual concede plena libertad a Davis, que además encuentra en su compañero una fiera del rebote y un jugador capaz de resultar determinante en el área defensiva ante prácticamente cualquier rival.

Y es aquí donde llega a otro punto clave con Faried: la defensa. A nivel NBA la consideración defensiva del jugador de los Nuggets es pobre, de hecho su equipo fue la temporada pasada reseñablemente peor en ese área con él (108 puntos recibidos por 100 posesiones) que sin él en cancha (101).

Aunque el sistema en Denver no ayudase a cubrir las carencias, sobre todo de tamaño, de Faried, en el uno contra uno, y menos en un plan descubierto, Faried no es un gran defensor. Sin embargo sí guarda una virtud especialmente efectiva en sistemas más cohesionados, donde las ayudas encuentren mayor peso. Y que se hace más notorio aún en FIBA, donde la diferente normativa con respecto a los tres segundos defensivos contribuye a reducir los espacios ofensivos.

Faried es un defensor terriblemente físico. No sólo en el ámbito de poder ser muy móvil y soportar perfectamente desajustes en el pick&roll -circunstancia muy valiosa para un interior- sino también por ofrecer un constante despliegue de actividad de pies y manos. Adora el contacto con el jugador que le ataca, incomoda y molesta todo lo permisible. Su perfil, en espacios reducidos al amparo de las ayudas, es realmente problemático para el rival.

A la vez, es el mayor especialista del torneo en atacar mientras defiende. Es decir, su habilidad para correr la pista le hace castigar hasta el extremo una posible debilidad de su emparejamiento al volver a defender. Es dinamita en transición, tanto ofensiva como defensiva. Gráficamente, es tan posible que un adversario anote a Estados Unidos como imaginar cuatro segundos después a Faried colgado del aro ajeno. Somete a un estrés muy elevado.

Este factor resulta determinante porque obliga al rival a un desgaste mayúsculo incluso cuando ataca. El temor por la transición de Estados Unidos afecta al rebote ofensivo, por necesidad más cuidado para no descubrir la transición defensiva, y penaliza al límite los malos lanzamientos. Porque, de nuevo, a campo abierto es un equipo mortífero.

Esa forma de castigar el ataque a la hora de defender permite imaginar a Kenneth Faried como la mejor respuesta posible para los dos interiores (obviando a su compañero Davis, un nexo imposible de físico y técnica para un interior) más determinantes en todo el torneo: Pau y Marc Gasol.

Faried es un jugador a todas luces insuficiente en poste bajo ante los Gasol. En realidad como cualquiera en un contexto FIBA. El impacto especialmente de Pau, por tipología y recursos un perfil imparable a nivel de selecciones, le convierte en inalcanzable. Sin embargo disponiendo de un sistema defensivo que cuide las ayudas rápidas sobre el balón interior, como el caso de Estados Unidos, Faried puede ser una jaqueca.

Un exceso de contacto físico, tanto en lo individual como en lo colectivo, es justo el escenario que más hace padecer a Pau Gasol, jugador emblema en las opciones de España. Y la exigencia de cuidar la transición defensiva penaliza enormemente cómo España puede atacar el rebote ofensivo para obligar a dos pívots de tanto tamaño a acudir rápidamente a defender.

Es decir, por su perfil de juego, Faried es potencialmente el mayor factor de alteración para el despliegue de los hermanos Gasol en el Campeonato del Mundo. Ese hecho, unido a cómo ejerce de factor clave a la hora de sacar la mejor versión colectiva de su selección, convierte al estadounidense en un foco máximo de atención.

Sigue siendo ala-pívot de Denver, su influencia en el principal favorito al oro, una sorpresa. Tan difícilmente esperable a priori como entendible comienza a ser su peso mientras se disfruta del proceso. Porque estando lejos de ser, talento bruto en mano, su mejor jugador, sí adopta el papel de algo verdaderamente crucial. En su caso imprescindible.

Faried es el germen competitivo de Estados Unidos.

Su identidad.

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