Argentina nunca olvidará el 28 de agosto de 2004. Un sábado para la historia. Llevaban 52 años sin ganar una medalla olímpica. Y en unas pocas horas, primero el fútbol (1-0 a Paraguay, gol de Tévez) y después el basket (84-69 a Italia con 25 puntos de Scola) hicieron sonar el himno.
Acababa Argentina de tumbar a Grecia, la anfitriona, pero nada se celebraba en el vestuario. No lo permitía Nocioni, obsesionado con lo próximo: “¡Ahora a Estados Unidos!”, reclamaba ‘Chapu’. Todos los presentes entendieron que estaban ante la misión de su vida, la oportunidad única de que la albiceleste abrazara un oro olímpico. Había llegado ese punto de madurez en el que los equipos tocan su cénit. El cambio de mentalidad que les iba a hacer ganar.
Y es que en agosto de 2004 aún le dolía el alma a los argentinos por su derrota dos años atrás en la final de la Copa del Mundo frente a Yugoslavia. Por la forma de escaparse un partido ganado, por las sombras en la cancha -polémico arbitraje de Pitsilkas y Mercedes- y hasta por la sospecha de una mano negra desde fuera. En un país tan pasional era imposible olvidar. Ni que Ginóbili acabara jugando cojo la final o que no hubiera respuesta para un descollante Bodiroga consolaba. Argentina pensaba que se le había escapado “su” título. Al menos, el del torneo en el que la albiceleste cuajó un baloncesto más redondo. Solo un bálsamo gigante restañaría la herida.
Empezaron fuerte los Juegos para los de Rubén Magnano. Decisiva e icónica ‘palomita’ -así se conoce a ese tiro en Argentina- de Manu Ginóbili para tumbar precisamente al verdugo de 2002, aunque ya no se llamara Yugoslavia y sí Serbia y Montenegro. A partir de ahí, la ‘Generación Dorada’ fue de menos a más. Hincó la rodilla ante España e Italia, sufrió ante Nueva Zelanda y solo ganó fácil a China en la fase previa, para luego activar la velocidad de crucero. Grecia, Estados Unidos y los transalpinos cayeron a manos de un equipo menos excelso que en Indianápolis pero en su punto justo de fiabilidad, sobrado de personalidad y con el colmillo más retorcido.
El sudamericano fue el plan perfecto para afrontar la cita olímpica. Mejor que el de una España que, por mucho que en Pekín y Londres rozara el Oro, cuando más al alcance lo tuvo fue en Atenas. Así lo admite José Manuel Calderón en la serie documental ‘La Familia’. El dirigido por Mario Pesquera era un grupo capaz, pero sin el aprendizaje de los argentinos en Indiana. Sí, hubo mala suerte con cruzarse con Estados Unidos en el ‘día tonto’ de Stephon Marbury (6/9 triples y 31 puntos, cuando promediaba un 13% y 4’2 tantos hasta entonces). Pero faltaron ideas para ajustarse en defensa a aquella situación de bombardeo exterior que acabó tirando por la borda una primera fase inmaculada. Así que España, que ganó seis partidos y solo perdió uno, acabó séptima por los caprichos del sistema de competición, pese a hacer por momentos el mejor juego del evento. Juan Carlos Navarro regresó a España en el avión del presidente Zapatero para asistir al nacimiento de su hija. No sabía entonces que luego llegarían otras glorias olímpicas. Pero aquella, es así, fuera la más real de todas y se desaprovechó.
Porque fue después de Atenas cuando Estados Unidos hizo ‘click’. Tras el baño de juego colectivo que le propinó Argentina en la semifinal a un equipo con Duncan, LeBron, Wade o Carmelo que, sin embargo, perdió en el OAKA tres de los cinco partidos que ha dejado escapar en unos Juegos en toda su historia. El escarnio provocó un giro de rumbo total, llegando Jerry Colangelo al frente de USA Basketball y Mike Krzyzewski al banquillo para firmar 88 triunfos en 89 duelos y volver a demostrarle al planeta baloncesto quién debe mandar en él.
Todo eso lo aprovechó Argentina. Bailó a los ‘yankees’, pretenciosos, y aceleró en un camino hacia el oro mucho más despejado cuando España, su bestia negra, fue erradicada del mapa para gloria de una ‘Generación Dorada’ que el 28 de agosto de 2004 coprotagonizó el día más grande en la historia del deporte de su país.
Fabri Oberto: “No fue nuestro mejor torneo pero estuvimos muy bien en los cruces”
¿Qué siente al llegar los JJOO?
Extrañas todo: el equipo, el momento, la experiencia… Es difícil poner palabras a representar a tu país en un equipo de amigos. Es muy intenso. Pasan los días, interaccionas y te cargas de energía. Te unes con otros deportistas en algo único. Aún lo siento hoy.
Atenas 2004 empezó arriba, con la canasta de Ginóbili ante Serbia y Montenegro. Tendrían ganas…
Yo creo que nuestro mejor torneo fue el de 2002. Sinceramente, en Atenas no estuvimos al mejor nivel, pero sí lo hicimos muy bien y con paciencia en los cruces. La canasta de Manu… Cuando ganas de esa forma a un equipo como Serbia y Montenegro para empezar los Juegos, eso te impulsa. No creo que fuera una revancha, pero nos sacamos algo. Eso empezó a mostrar la mejoría del equipo, el saber cerrar partidos importantes.
Pero fueron de menos a más. ¿Es cierto que en el partido de grupo ante Italia, Magnano dijo que lo más importante era no lesionarse?
Esto es como cuando entrenas: si no estás a fondo, se complica. Ese equipo siempre estaba, no recuerdo que algún día fuéramos con calma. No existía el ‘load management’ para dar descanso a jugadores con muchos minutos. Teníamos muchas rotaciones y todos jugábamos siendo importantes. El que menos jugaba lo era tanto como cualquier otra personalidad. Luego, los equipos que mejor funcionan son los que el entrenador marca una guía y los jugadores la siguen.
¿Opina un argentino que fue la gran oportunidad de España?
España era un equipazo, y no lo fue menos por no acabar bien. He hablado con compañeros de eso, de si hubiera cambiado si ellos no caen. Creo que posiblemente sin eso no hubieran ganado todo lo que vino después. No creo que fuera una oportunidad perdida. A nosotros nos llevaban a mal traer, porque los dos jugábamos bien en equipo, pero nos ganaban. Luego en 2006 perdimos con aquel tiro final del Chapu… Hubiera estado bueno, pero esas derrotas te ayudan a ser mejor luego. España siempre es buen equipo, con buenos jugadores y bien entrenados. Nosotros pasamos todos por la ACB y nos conocíamos mucho. Era una rivalidad que disfrutábamos.
Vayamos al partido ante Estados Unidos. Un año antes, en el Torneo de las Américas, les habían pasado por encima (106-73). ¿Qué ocurre en esos meses?
En 2003 tenían un equipazo. Y cuando llegamos a la final tras eliminar a Canadá ya estábamos clasificados, con el objetivo cumplido. Jugaron un partido tremendo y atléticamente nos pasaron por encima. No recuerdo otro día con tantos mates en contra. Todo eso cambió al año siguiente. Primero, teníamos mucho más en juego, y luego ejecutamos muy bien el plan. Fue tremendo. Veníamos de eliminar a Grecia e íbamos lanzados a por la medalla. La clave fue la mentalidad y seguir el guion.
¿Cuál era el plan?
En defensa, teníamos muy claro qué podíamos permitir y a quién y qué o a quién no. Podíamos defender, no una posesión, sino tres o cuatro, éramos resilientes. Y en ataque, la prioridad era no tirar hasta no dar cuatro pases. En ese equipo disfrutábamos cuando al compañero le iba mejor que a uno. Cuando eso pasa y no miras qué hay para ti, llega el éxito.
Usted se perdió la final por una lesión en la mano en una acción con Stephon Marbury. ¿Un mazazo?
Hoy no siento que me la perdí, sino que jugué, metí canastas y cogí rebotes. Lo tengo borrado, de verdad. Las lesiones son lo peor de esto y fue mala fortuna, pero en la NBA se usa mucho el mano-pelota y acabé con la mano rota. Las cosas a veces pasan por algo y no cambio nada de lo ocurrido. Fuimos campeones y si eso tenía que ser así para que Argentina ganara, no tengo problema en que fuera mi mano. Como será, que hablando con Pepe Sánchez hace poco, él tampoco recordaba que yo no había jugado.
¿Cómo afrontaron la final ante Italia, con quien perdieron en el grupo?
Se nos ponía como favoritos, lo aceptamos y creo que es lo mejor que pudimos hacer. A veces se huye de esa etiqueta y nadie esperaba a Italia en la final. Llegó con mucho mérito y fue durísimo, con dos equipos muy temperamentales. Por suerte, en la segunda mitad Montecchia abrió la cancha con defensa y ataques rápidos.
Aquel 28 de agosto está en la historia del deporte argentino. Oro en fútbol y baloncesto para un país que llevaba sin un título olímpico desde 1952.
Estábamos muy centrados. Ellos jugaron antes y sabíamos lo que había pasado. Era nuestro turno, pero no podíamos compararnos ni desenfocarnos, porque el objetivo era demasiado grande. Fue un día con muchos detalles. Hablo como si estuviera jugando como ve, no fue un mazazo la lesión. Su victoria ayudó porque el fútbol es el deporte en Argentina, pero no afectó demasiado, porque cada camino es diferente. Todos queremos ayudar a que impacte todo en el deporte argentino.
Argentina hoy tiene menos talento, pero ha logrado ser subcampeona mundial. ¿Qué herencia dejaron?
Eso que se ha llamado la ‘Cultura GD’. El no dar nada por perdido, la forma de jugar, que no haya días libres, hasta la forma de dialogar… Un estilo de hacer las cosas. Que los de hoy sigan haciendo eso me hace sentir identificado con cómo juegan y cómo sienten lo mismo que nosotros. Luis (Scola) sigue ahí, es el eslabón que tiene la información y se le da. Han aprendido, tienen su propia versión y lo hacen realmente bien.
España y Argentina son vidas paralelas, pese a que se anuncie hace tiempo el apocalipsis.
Es tremendo que jugaran la final de 2019, es un orgullo que Argentina vuelva a estar en lo más alto. España es contundente en las finales y además siempre nos ha tomado la medida. Ninguno tenía grandes votos para llegar ahí, pero jugaron muy bien. Tienen esa forma en la que siguen haciendo las cosas hoy que les hace distintos. Los que llegan quieren hacer su camino y su propia historia y eso llama a jugar en la selección. En algunos países hay gente que no va, pero en Argentina todo el mundo quiere estar, es una causa muy, pero que muy especial.
¿Qué piensa cuándo ve a Pau Gasol y Luis Scola en 2021?
No me imagino el basket sin ellos. Son tan importantes… Siempre han dejado el legado en sus equipos sobre el trabajo, el dar el máximo siempre, pase lo que pase. Es increíble, siempre son competitivos.