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Relatos Olímpicos: Historias de Río 2016, en busca del oasis

Relatos Olímpicos: Historias de Río 2016, en busca del oasis

Improvisando un lugar de celebración en un Río de Janeiro anegado por un tormentón. Plata ellas y bronce ellos encontraron refugio en la Churrasquería Oasis donde ya sí pudieron festejar un doblete histórico. Ya calmado el temporal, la velada se estiró en una deliciosa sobremesa. Jorge Garbajosa estrenaba cargo a lo grande

«¡Está todo a oscuras! Estamos intentando buscar alternativa…» Los Juegos del caos no se podían despedir de otra manera. Suspense hasta la última cena, aunque había motivos para forzar la alternativa: un rato antes, España acababa de atrapar un botín único en su historia, una plata y un bronce olímpicos, ellas y ellos, todos juntos al fin en la Churrasquería Oasis, en el barrio de Sao Conrado, haciendo honor al nombre del local, pues supuso toda una salvación en el desierto de la noche huracanada de Río.

La cita previa de celebración de ese domingo para el recuerdo, cancelada sobre la marcha, estaba prevista en Fogo do Chao, en el Barrio olímpico de Tijuca. Pero un rayo lo había dejado sin luz. Y como habían sido unos Juegos tórridos, un calor que se tornaba en insoportable al mezclarse con la humedad de Río de Janeiro -en contraste con el frío glacial de cada autobús, cada pabellón, cada sala de trabajo-, como despedida, esa última noche, como si el cielo se hubiera roto para decir adiós olímpicamente, cayó una tormenta monumental que inundó media ciudad.

Aquellos festejos que estuvieron punto de cancelarse, con ambas selecciones y los pocos enviados especiales que fueron capaces de llegar al restaurante, resultaron finalmente emocionantes y significativos entre picanha y picanha y maletas a medio hacer. Bromas a Lucas Mondelo, cánticos de despedida a José Calderón y Felipe Reyes -fue el último torneo de ambos- y Jorge Garbajosa pagando la novatada de su cargo: ya a los postres, en una mesa al fondo, Navarro y Pau Gasol renegociaban con la medalla al cuello las primas por el éxito con quien hasta hace nada era su compañero y ahora estrenaba la presidencia de la Federación.

Todo aquello, en fin, un paradigma del propio torneo de la selección masculina. Enigmáticos y trémulos al comienzo los chicos de Sergio Scariolo, plenos en el desenlace que coronaron los tiros libres de Sergio Rodríguez contra Australia. Una vez más, cual AVE Fénix. Es la historia tantas veces contada de un equipo que es capaz de superar un amanecer en el abismo para acabar con un triunfo al cuello. La comodidad habitual siendo Houdini, como en 2007, 2009 (Polonia, el colmo de la rebelión), incluso el año previo, sin red ante a la anfitriona Alemania en Berlín -aquel tiro libre de Dennis Schröder- tras caer frente a Serbia e Italia, para el postrero subidón inolvidable de Lille.

Porque España, que venía de ese oro continental -con las ausencias de nuevo de Marc Gasol y Serge Ibaka-, había arrancado con marejada: fue golpeada primero por Croacia, con un tapón final de Saric a Pau Gasol como una daga en el corazón. El día que Juan Carlos Navarro compareció por quinta vez en unos Juegos, hecho que sólo antes habían alcanzado en baloncesto Óscar Schmidt, Andrew Gaze y Teófilo Cruz. Y, después, con la marea ‘verdeamarelha’ en las tribunas del Cariona 1, tumbada por Brasil con un Pau alarmantemente irreconocible (hasta siete tiros libres falló, dos de ellos clave a falta de 23 segundos). «Ahora saldrán los que nos tienen ganas cuando perdemos», puso voz Rudy a un nerviosismo que venía creciendo desde la precaria preparación.

Tardaban las medallas españolas en caer en Río y encima el baloncesto fallaba. Porque en ese Rubicón dramático, a la selección sólo le valía ganar o ganar, de carrerilla a Nigeria, Lituania y Argentina. Y que las combinaciones no dieran con el temido cruce ante el USA Team en cuartos. Y Ricky Rubio, clave en la cancha y el alma de la broma y del buen rollo ya desde que debutara en Pekín, andaba con la sonrisa perdida aquel verano, recientes aún las heridas en el alma de la pérdida de su madre Tona. Pero entonces…. Boom.

Nunca mejor dicho. Porque si aquellos Juegos estuvieron marcados por el zika y el desastre organizativo, nadie de los que estaba allí dentro ese día -sólo había personas con acreditación pues la organización había apartado a los espectadores- olvidará ese estallido en el Carioca Arena. El rumor del miedo. Mientras la selección ultimaba su calentamiento, apenas un instante antes del salto inicial, la Policía Federal detonó una mochila bomba a las afueras del recinto. Los nervios y el caos, que sin embargo no afectaron a España: arrancó con un 11-25 ante Nigeria mientras poco a poco iban entrando los aficionados. Sería un partido mareante, aún con inestabilidad. Pero estaba siendo la primera piedra de un bronce.

Desde Sídney 2000, nunca antes España había sido eliminada en una primera fase, cuando todavía Navarro y Raúl López eran novatos de lo que estaba por venir. Y ante ese panorama se encontraba la selección cuando se enfrentó a Lituania después, nada menos. Con las matemáticas en contra y las sensaciones revueltas. Y ya saben, cuando las constantes vitales parece que flaquean, el corazón rebelde emite un electroshock. Aquella paliza histórica (109-59) al joven Sabonis y compañía, fue el antes y el después. Gasol, que hace nada erraba tiros libres, ahora atinaba cinco de cinco (23 puntos en 23 minutos) en triples. Los lituanos, como tantas otras veces atrás, fueron incapaces de enterrar a la selección. Y aunque España seguía pendiente de un hilo (caer contra Argentina era el adiós), la rabia ya estaba marcada en los rostros.

RIO DE JANEIRO, BRAZIL – AUGUST 11: Jose Calderon #8 of Spain moves the ball against Nigeria during the Men’s Basketball – Preliminary Round Group B Nigeria vs Spain on Day 6 of the Rio 2016 Olympic Games at Carioca Arena 1 on August 11, 2016 in Rio de Janeiro, Brazil. (Photo by Tom Pennington/Getty Images)

Y, sin solución de continuidad, volvía a ser una final la de aquel martes de agosto. Y era ante Argentina, el duelo que marcó la edad de oro de ambas. La selección se jugaba la vida y la albiceleste evitar un cruce contra el ogro americano. «Nos tienen agarrada la mano, salvo en el Mundial 2010 [por el quinto puesto], siempre han sido victorias para España. Nos gana siempre. Si me das a elegir, no quiero un cruce con España», me comentaba en la previa Fabricio Oberto, comentarista para la ESPN en Río.

Exhaustos los del Oveja Hernández, después un partido anterior para el recuerdo (dos prórrogas) ante Brasil, emergieron Rudy y Pau para volver a hacer trucos de prestidigitador, para volverse a citar por la gloria con Francia en cuartos. Otro viejo querido enemigo. Como un año antes en el Pierre Mauroy de Lille, como ocho veces en los cruces desde hacía 11 años. Y un denominador común: con Scariolo en el banquillo, España jamás había cedido ante los galos.

Y tampoco iba a suceder esta vez. «Son una generación increíble. Si no fuera por ellos, tendríamos 10 medallas más», acertó a expresar su frustración Tony Parker tras la paliza, la tercera de carrerilla de España en el torneo, alzando la voz Mirotic y Willy Hernángomez, dos de los llamados a copar el futuro. Era la 12ª vez en 16 torneos -apenas faltó en los Juegos de 2004 y los Mundiales de 2002, 2010 y 2014-, que se plantaba en la lucha por las medallas, una tradición que se iba a alargar. Euforia contenida, aunque en el bus hacia la Villa Olímpica los jugadores bailaran al ritmo de Estopa -«nos reímos con ganas…»-, porque a la vuelta de la esquina aguardaba el USA Team.

Esta vez en semifinales el duelo que había rozado los cielos en Pekín y Londres, un desafío legendario por anticipado. Un equipo, el de Coach K, más humano esta vez, sobre todo durante una primera fase en la que no pisaron el acelerador. Pero que seguía en racha: acumulaban 22 triunfos olímpicos desde aquel escarnio de 2006 (desafortunadamente para España, serían 24 después). El último, ante una Argentina en la que una leyenda dijo adiós. Porque es imposible separar aquellos Juegos de Río de la estampa en la memoria de Manu Ginóbili abandonando el Carioca 1 entre lágrimas, con todos los honores.

Pero el desafío español al imperio esta vez no tuvo opciones tan reales como las anteriores, pese a que el resultado fuera más ajustados si cabe (76-82). El extraordinario esfuerzo físico de un Pau Gasol que arrastraba problemas (y con la sombra del partido por el bronce tan solo unas horas después) no fue suficiente ante el poderío rival, que se tradujo en una sangría en el rebote ofensivo. Sólo la perfección ajena podía hacer temblar a los chicos de Mike Krzyzewski, sobre aviso, dispuestos ante un rival del que no fiarse. «Ha sido el partido más difícil que he dirigido a nivel internacional», confesó el legendario técnico. Era la cuarta vez consecutiva que los estadounidenses tumbaban el sueño olímpico nacional, como un muro que a la vez honra al que colisiona contra él. La selección, que hizo 100 puntos ante ellos en Pekín y 107 en Londres, se quedó esta vez en 76, digna, eso sí, hasta la misma orilla. Demasiado la inspiración de Klay Thompson (22 puntos) y la pareja Irving-Durant.

Pero restaba un paso más, el que va de despedir unos Juegos con sonrisa o cabizbajo. Iba a resultar un broche de agonía, pero también de bronce. Porque España andaba ya con la gasolina justa y Australia soñaba con acabar con su mal fario olímpico. La enésima exhibición de Pau (33 puntos y 11 rebotes), unos tiros libres y un balón robado. Amor propio que oponer ante el talento de Mills y Andersen. La medalla número 11 en 15 años, tres olímpicas seguidas después de sufrir hasta lo inimaginable en el Carioca Arena 1.

En ese restaurante improvisado, llegaba la madrugada revisándose entre sonrisas los agónicos instantes finales. Tras los dos libres del Chacho, con poco más de cinco segundos, Andersen atrapó el balón en busca del milagro. Pero fue de castigo, se le escapó ante las manos impacientes de Ricky y Claver, ambos en la cancha por sus virtudes en defensa. En esa bola perdida que daba el triunfo vio correr España toda su gloria pasada. Y la noche de Río, ya calmado el huracán, era una sobremesa de plata y bronce.

 

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