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«Campazzo: terminar lo inacabado», por Piti Hurtado

«Campazzo: terminar lo inacabado», por Piti Hurtado

Muy pocos días antes de que Facundo Campazzo se fuera a Denver, hace ahora exactamente tres años, le entrevisté en su casa de Madrid. Abrió por la puerta principal, al acabar salimos por la trasera. No parecía una metáfora de su etapa en el Real Madrid, se iba a la NBA con dos Ligas ganadas, tres Copas del Rey y un puñado de galardones de MVP a su rendimiento individual. Pero para una mente tan luchadora y un temperamento tan ganador, “sus” Euroligas no eran del todo suyas, Campeón de dos Copas de Europa, la del 2015, la de Nocioni. Y la de 2018, la de Luka Doncic. Justo tras esa y la lesión de Llull, su jerarquía en el Real Madrid ya fue máxima.

Algo quedaba inacabado. Al salir por el patio, tuve que sortear unos montones de arena de obra, materiales nuevos empaquetados y cierta incertidumbre de donde ir poniendo los pies, pues la reforma afectaba a la piscina, el paso hacia la puerta era estrecho y no estaba iluminado en ese momento. Siendo un jugador muy querido, muy bien pagado, en un equipo muy ganador, rompía con todo y decidía recorrer un camino oscuro, de vereda peligrosa, deportiva y económica con claro riesgo de que en el fondo de aquel salto no hubiera la suficiente agua. Era imposible saberlo, todo era oscuridad. Y obstinado deseo de prosperar.

El peaje de ser quién es Campazzo se expresa en el sello en el pasaporte de las ciudades de Denver, Dallas, Belgrado. Dos países tan diferentes como USA y Serbia. Si Facundo no hubiera tomado la arriesgada decisión de medirse consigo mismo de nuevo y tratar de ser importante en la durísima NBA, nunca hubiera llegado nunca a Madrid, quizás ni a Murcia. No sería él. Me atrevo a escribir que no hay un palmarés tan contundentemente ganador en los últimos 50 años del baloncesto mundial como el de Facundo Campazzo si hablamos en términos de jugadores de menos de 1,80. Sus éxitos de clubes para salir de su país, su compromiso y medallas con Argentina, Europa encarada con la valentía del que necesita un cambio físico y lo realiza para seguir en el éxito. Acomodarse lo mismo lo hará en otra vida, no en esta de baloncestista profesional.

La ingrata tarea de convencer a entrenadores y GM de que su juego era válido para una rotación de al menos segundo base no solo tenía que ver con el rendimiento propio. Sino con el estatus quo de los jugadores drafteados, con llegar a una franquicia que estaba a poquísimas temporadas de poder ganar su primer anillo, con la mirada condescendiente de la burguesía NBA con los jugadores pequeños que tienen que ir al máximo de su capacidad defensiva para poder impactar en el juego (a veces también en el tren inferior del oponente). Y jugar fuera de posición y sin el poder de mandar. Campazzo siempre ha mandado en sus equipos sin explicar nada, solo con el curso natural de los acontecimientos.

Había baldosas rotas que no lo parecían antes de pisar: el final de su estancia en Nuggets, críticas crueles en RRSS para una persona que antes de ir a NBA era abierto y confiado porque además de su juego, su carisma acercaba más cariño que crítica. Dallas y el último intento, saber del corte por una publicación de un periodista (aunque sea famoso Wojnarowski, sienta igual de mal). La imposibilidad de jugar en Euroliga por una sanción a su nuevo club, semanas de liga nacional adriática y frustración. Mucha pasión de su nueva afición volvía el cariño, pero no podía jugar lo inacabado, la Euroliga.

Facundo Campazzo cuando era un chaval, en su obsesión baloncestística lanzaba a canasta incluso en sueños, pero no es un adorno lírico, no. Su madre recuerda como cayó la escayola del techo de la pieza de su hijo en la casa de la ciudad de Córdoba. Consecuencia de los lanzamientos que tumbado realizaba para mejorar su mecánica de tiro, Desde la cama, más despierto o menos. Pero con el golpe final de muñeca. Balón en dirección al objetivo. No hubo daños personales, pero si algún cascote que retirar y limpiar.

Esos meses en Belgrado, esas semanas sin competir contra los mejores de Europa, contra sus excompañeros, esas noches de un hombre mirando hacia el techo del dormitorio y haciendo números de cuándo, cómo y por cuánto. Escombros mentales que tenía que retirar cada mañana para poder seguir caminando sin tropezar.

Y finalmente volver a Madrid, previo paso y conversación en Barcelona. El equipo de Chus Mateo que viene de ser Campeón de Euroliga en la temporada más rara que se recuerda en Valdebebas. Meses de reconstrucción mental de un equipo que ya no tenía al entrenador de una época, tres semanas salvajes que acabaron en Kaunas levantando el trofeo por el que se miden a sí mismos. Una Liga Endesa o una Copa del Rey son éxitos, casi obligados. Una Euroliga más, equilibra lo que parecía derruido. Mismo equipo de vuelta de verano más una pieza que encajaba perfectamente, la pieza final era Campazzo.

Volver a la misma casa, con todos los muebles de dentro en su sitio y la pileta llena de confianza. Nada de arenilla, se podía volver a correr. Pívots receptores, conocer enseguida a Musa y Hezonja más los viejos códigos con todos los demás. Toda la vida preparando la reinaguración de una tercera etapa que empezaba en blanco, pero ganando la Supercopa y siendo el mejor jugador de ese corto y tempranero torneo.

El base cordobés está tirando en Liga Endesa con su mejor porcentaje vital desde 3 puntos, más de un 40%, quizás lo que podía ser su punto más mejorable. Dando más asistencias en Europa que nadie y más que él mismo en temporadas donde jugaba casi 30 minutos. Mateo no le pone tantos minutos porque de momento no es necesario, Sergio Rodríguez empezó la temporada al nivel que acabó la Euroliga, ellos dos hacen volar a aleros propios con pases nada extraños, así como que consiguen que sus grandes giren a más velocidad con un gran tempo. No es ganar lo que hace el Real Madrid, sino dominar. Con una racha inicial de 19 partidos consecutivos ganados que rompió Unicaja. Dos pasos por delante de todos los rivales, en el continente y en el país. Lo cual lleva al aficionado espantable a dudar del sostenimiento del ritmo. En la cancha y en las clasificaciones. Es lógico. Las últimas Copas de Europa ganadas por el Real Madrid fueron desde la casi asfixia, desde la agónica experiencia casi extrasensorial. No hay un rayo de luz al final del túnel, ahora el túnel está lleno de leds y la claraboya deja pasar la claridad del sol. La facilidad recibe la contestación interior del insatisfecho y desconfiado por naturaleza.

Mientras estos procesos mentales suceden, Facundo Campazzo sonríe a esta nueva-vieja vida, la lucha sigue, pero ahora con armas conocidas, las del papel definido y a los rivales los ve de cara para poder robarles el balón, esprintar y darla de faja a un Edy que confía en que el pase va a llegar y no deja de correr. Su familia disfruta del sol inaudito de noviembre en la ciudad preferida de Europa para ellos mientras esperan que Gaby Deck vuelva a ser el parrillero alegre que defina el siguiente asado.

La casa parece acabada, todo parece en orden. Campazzo sabe que ganar al Barcelona en septiembre, octubre o en diciembre es importante pero no es crucial. Y que cuantas más veces puedan vencer, más queda en el debe de los jugadores blaugranas lo fuerte que saldrán cuando lleguen las finales. El respeto a un rival que lidera su amigo Laprovittola es grande y le mantendrá hambriento, pese a lo que le ofrezca “Tortu”. Y además, en el interior de un jugador ganador el reto es poder ganar una Euroliga en un papel determinante. Un trofeo colectivo como objetivo principal. Una sensación individual como consecuencia del equilibrio entre experiencia y físico. Terminar lo que quedó inacabado.

ACB Photo

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