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El agujero de los Lakers. Análisis de su crisis, por Andrés Monje

El agujero de los Lakers. Análisis de su crisis, por Andrés Monje

Hace prácticamente un año y medio los Lakers se coronaban campeones. Hoy, aún con LeBron James en modo superhéroe, protagonizan una de las más sonadas decepciones de la temporada. ¿Cómo se ha llegado hasta ahí?

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En la recta final de la temporada NBA, los Lakers ha quedado fuera de posiciones para jugar los Playoffs e incluso el Play-In tras caer ante Phoenix Suns.

Los Lakers ya experimentaron ese Play-In el curso anterior, solventándolo con éxito antes de caer en Primera Ronda ante los Suns, inevitable una vez Davis quedó fuera de la serie. Pero la situación era entonces muy distinta y, lo grave, en apariencia bastante más estable para los de Frank Vogel.

Las sensaciones arrojan estos días menos esperanza. El equipo está en balance negativo, con más derrotas que victorias, a pesar de la campaña estratosférica de un LeBron James que, a sus 37 años, desafía el tiempo como pocos deportistas en la historia. LeBron ha sostenido, incluso, las ausencias de Davis. Aunque lo no soportado por el bloque está siendo, precisamente, la ausencia de su líder.

¿Qué es lo que está ocurriendo en los angelinos? ¿Cómo se explica su pobre rendimiento?

De planificación y gestión

Uno de los principales problemas de los Lakers se encuentra en la estructura por la que se apostó. Un asunto que parte, en realidad, de dos vías: errores de Gerencia e intervencionismo externo.

Rebobinemos en el tiempo. Los Lakers tuvieron el curso pasado, durante el cierre del mercado de traspasos (marzo de 2021), la oportunidad de forzar para hacerse con Kyle Lowry, potencial pilar deportivo de consagrado rendimiento a corto plazo. No lo hicieron. A la oferta planteada a Toronto, entonces equipo del veterano base, que ofrecía a Dennis Schröder, Kentavious Caldwell-Pope y alguna compensación de Draft, solo parecía separarle del acuerdo un último eslabón que los Raptors querían incluir y ante el cual los angelinos nunca cedieron: Talen Horton-Tucker.

Rob Pelinka no quiso sacrificar a este último para hacerse con Lowry, al que tendría que renovar después en verano. Un año después aquella negativa se ha vuelto en su contra. Primero porque Horton-Tucker no ha sido capaz de evolucionar adecuadamente su papel –ni su influencia- dentro del equipo. Y segundo porque su renovación obligó, en parte, a prescindir también de otro activo muy valioso desde un plano competitivo: Alex Caruso.

Durante el pasado verano, la Gerencia lanzó una oferta a Caruso por un montante total de 20 millones de dólares, la mitad de lo que daban los Bulls. Y cuando el agente del jugador volvió a hablar con los Lakers, sugiriendo que ni siquiera haría falta igualar esos términos para lograr su continuidad –aunque sí elevar algo la oferta inicial-, Pelinka justificó la segunda negativa aludiendo a la excesiva carga de impuesto de lujo que suponía quedarse con Caruso. El tiempo ha resuelto que el lujo era, precisamente, prescindir de uno de los perfiles que más equilibraban la rotación.

La segunda vía, más allá de la Gerencia, fue el grado de permisividad de esa Gerencia con el intervencionismo de LeBron James y Anthony Davis a la hora de gestar la estrategia a seguir en cuanto a la tercera pieza de su ansiado ‘Big Three’. Durante el pasado verano los Lakers tuvieron muy cerca a DeMar DeRozan, californiano de nacimiento y cuyo primer deseo era firmar por los Lakers, tal y como él mismo reconoció esta misma campaña. “Pensé que estaba hecho”, llegaría a apuntar. No ocurrió y DeRozan hoy disfruta de su plenitud en Chicago.

Después tuvieron casi cerrado a un Buddy Hield cuyo encaje deportivo, por su poder con el tiro, habría resultado plenamente natural para un equipo necesitado de espacio ofensivo. Tan encaminada estuvo la operación que Kyle Kuzma llegaría a pedir a su círculo íntimo que buscase casa en Sacramento. Pero cuando James y Davis recomendaron lanzarse a por Russell Westbrook, tras conversaciones previas de ambas partes y el autoconvencimiento de que aquello podía funcionar, la hoja de ruta varió. Durante el mismo día del Draft, una llamada del General Manager de los Wizards, Tommy Shepard, abrió la puerta al movimiento. Pocas horas después se cerraría. Ya no había vuelta atrás.

Sin margen alguno, salvo para retoques, la apuesta de los complementos tampoco salió bien. La de mayor volumen, Kendrick Nunn, no ha podido ni debutar por problemas en la rodilla. Y otras como Trevor Ariza, Wayne Ellington, DeAndre Jordan, Rajon Rondo (después traspasado) o Kent Bazemore han tenido un impacto casi residual. Tan solo han respondido Malik Monk y Carmelo Anthony, escaso botín para tantas grietas que tapar.

Peor construidos, más desnudos y dudas individuales

Ningún equipo NBA ha visto decaer tanto su rendimiento defensivo esta temporada como los Lakers. El bloque de Vogel ha visto ahí cómo su Eficiencia (puntos recibidos por 100 posesiones) ha pasado del primer puesto en la Liga al decimosexto. El desplome nace a menudo de esa falta de identidad. Y es que sin el seguro competitivo que hacía a los Lakers resistir apagones de ataque, la situación ha empeorado considerablemente. Para explicar la dramática caída existen varias claves.

En el movimiento de Westbrook, los Lakers sacrificaron a Kentavious Caldwell-Pope, Kyle Kuzma y un Montrezl Harrell que, a sus efectos, iba a ser agente libre. Los dos primeros eran piezas de valor atrás, uno en la contención de manejadores de balón y el otro – de significativa evolución defensiva- a la hora de cubrir aleros de cierto tamaño. Sumando a la ecuación la ausencia de Alex Caruso, otro fantástico jugador que arrojar a perimetrales rivales y, más allá, de una inteligencia táctica, sobre todo sin balón, muy por encima de la media, la pérdida de nivel –pese a la llegada de Avery Bradley, a modo de parche- es evidente y la desprotección notable.

La estructura exterior ha perdido poder y sumado la inconsistencia de un Westbrook que tiende a la desconexión atrás. Y, para colmo, la interior se ha encontrado con un problema inesperado a la hora de proteger el aro, justo cuando la apuesta por lanzar a Anthony Davis al puesto de cinco a tiempo (casi) completo debía ser innegociable –provocada, en buena parte, por el aterrizaje del propio Westbrook-.

Los Lakers están siendo uno de los cinco equipos que más anotación permite en la zona cada encuentro, algo terrorífico para la estructura de un Vogel que en sus equipos siempre ha buscado cerrar la zona para imponer su dominio. Sin ir más lejos, en su versión de anillo (2020) los angelinos eran uno de los ocho equipos que menos anotación permitían en la pintura. Las cosas han cambiado.

Davis es, precisamente, otro de los elementos señalados. No solo por los problemas físicos que le han hecho perderse más del 35% de los partidos (cifra que se agrandará tras el retorno del parón por el All-Star, al que llegó lesionado), sino porque estando disponible ha perdido aura diferencial en ambos lados de la pista.

En el defensivo su presencia se hace notar menos a la hora de corregir lagunas cerca del aro, algo que confirma el 61% de acierto permitido al rival ahí, su peor cifra desde que llegó a los Lakers y una, por contextualizar, nueve puntos superior a la de su versión de título (2020). Ejerciendo como cinco, sin otro sostén interior al lado por cuestión de espacio, si él no está en plenitud el equipo se resiente.

En el lado ofensivo, además, queda lejos su versión dominante. Habiendo perdiendo acierto exterior, tanto al triple (18% de efectividad, lejos de su mejor época) como desde la media distancia (pobre 32% de acierto entre 3-5 metros, rango corto que hace no demasiado dominaba), el recurso de darle espacio se hace común. Y sin la explosividad del primer paso de su parte, le resulta más difícil dominar dentro ante interiores de tamaño.

La situación con Westbrook es de aún más compleja digestión, en buena medida porque los problemas que hoy aparecen eran relativamente sencillos de apuntar antes incluso de que la aventura echase a andar. Westbrook no ha respondido al reto defensivo colectivo, no ha levantado su acierto en el tiro exterior y tampoco ha demostrado ser capaz de ejercer como amenaza sin balón desde el lado débil, empleado como bastión en el corte a canasta con ventaja previa. Es decir, con él no se ha resuelto ninguno de los tres apartados clave que requerían de solución.

Westbrook está siendo básicamente el jugador de siempre, con sus virtudes y defectos. Solo que en un doble contexto mortal: uno mediático de presión infinita, a menudo además focalizada en él como culpable único y absoluto (algo que le ha generado una falta de confianza desconocida en su carrera); y uno deportivo en el que no tiene todo el mando de balón que querría (James es más eficiente) ni se mueve en el espacio ofensivo que un jugador de sus características necesita. Una situación de muy complejo escape.

Fragilidad endémica

Los problemas ni siquiera quedan ahí, en falta de poso estructural en lo defensivo, respuesta desde el banquillo o discreto rendimiento de piezas clave. Las dudas de los Lakers se exhiben, de forma visible, en dos detalles sangrantes. El primero señala que ningún equipo ha perdido tantos partidos esta temporada (12) tras tener ventajas de dobles dígitos, circunstancia que refleja una alarmante falta de consistencia y gestión de encuentros.

El segundo, cómo las pérdidas de balón ‘no forzadas’ facilitan la acción rival. Un hecho, este último, sobre el que James levantó la voz públicamente hace semanas. “Podemos tener pérdidas de balón al intentar atacar, pero no podemos perder balones de forma absurda, sin presión alguna alrededor. Porque esas sí que nos generan problemas”, explicaba. La consecuencia más directa es que a los Lakers, el equipo más veterano de la Liga, les atacan en transición muy a menudo (en concreto, el tercer conjunto al que más). Y ahí sufren.

Con una falta de disponibilidad evidente (es el único bloque NBA sin un solo quinteto en al menos 100 minutos esta temporada) y de química alarmante, los problemas parecen demasiados y las soluciones, de momento, lejanas. Encomendarse a LeBron James, uno de los más grandes de siempre, es refugio automático. Pero para salir del agujero los angelinos necesitarán mucho más. Y el tiempo corre en su contra.

 

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