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DeMar DeRozan: imprescindible a contracorriente, por Andrés Monje

DeMar DeRozan: imprescindible a contracorriente, por Andrés Monje

Este reportaje fue originalmente publicado en el número 1517 de la revista ‘Gigantes del Basket’, en febrero de 2022, que puedes conseguir aquí

Los Bulls tenían sueños que DeMar DeRozan está volviendo realidades. Emblema del movimiento contracultural frente a la nueva era, su rendimiento persiste y luce en el primer escalón de la élite a base de inteligencia y fundamentos.

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Es el símbolo de la resurrección de los Bulls, una franquicia adormecida que, tras cuatro años sin pisar la fase final (y ninguno de ellos llegando al cincuenta por cierto de victorias en fase regular), piensa no solo en volver a las eliminatorias sino en hacerlo a lo grande. Tanto Arturas Karnisovas como Marc Eversley, capitanes desde la Gerencia de un barco demasiado acostumbrado a aguas agitadas durante los últimos años, tenían claro que la ambición y el buen rumbo pasaban por nombres como el suyo.

En la primera vez en su carrera que pisaba la agencia libre, DeRozan -de 32 años -firmó tres campañas con Chicago a cambio de un montante total de 82 millones de dólares. El contrato llegó a criticarse desde ciertas esferas de la prensa americana. Demasiado caro, planteaban de forma punzante. Sin embargo la franquicia, cuya apuesta por el éxito se tradujo también en nombres como Lonzo Ball o Alex Caruso, a sumar también a un Nikola Vucevic aterrizado el curso anterior, conocía del impacto que DeRozan podía tener en un equipo necesitado de experiencia y buenas rutinas.

La coexistencia con Zach LaVine, estrella emergente e icono de las nuevas esperanzas en la ciudad del viento, ha sido perfecta e inmediata. DeRozan es ya mucho más que un anotador de volumen, mucho más que alguien cuyas cifras pueden resultar ajenas al botín final. El aprendizaje, algunas veces a base de cicatrices, le ha hecho uno de los jugadores ofensivos más determinantes del mundo.

Manteniendo, eso sí, sello propio.

Nada lo muestra mejor que su adoraba media distancia. La que le ha convertido en símbolo de un estilo de otra época que aún mantiene vigencia en esta. Esta temporada, DeRozan anota más canastas por partido desde el midrange (4.4) que once franquicias al completo. Un dato monstruoso que revela su identidad, totalmente contracultural. Y es que no solo lidera la NBA en ese tipo de lanzamientos, por delante de Kevin Durant, sino que su acierto en ellos (49%) parece enfrentarse, de lleno, al gobierno de la analítica, que apunta a ese tiro como el menos eficiente de todos. En realidad lo es, la estadística avanzada lleva razón. Pero DeRozan es la (bendita) excepción a la norma.

Lo que sí ha ido matizando el jugador, con los años, ha sido la selección de la distancia. Y es que cuando la tendencia global parecía pedirle que cambiase los ‘long-twos’ (lanzamientos lejanos de dos puntos, entre cinco y siete metros) por triples, acomodándose a la nueva era, lo que DeRozan hizo fue cambiar esos mismos tiros por lanzamientos de dos… algo más cercanos, pero igualmente parte de la ‘zona prohibida’. Su volumen en intentos entre tres y cinco metros ha ido aumentando, hasta tocar cima esta campaña (el 30% de sus tiros de campo llegan desde ahí), acompañando esa rutina de un acierto espectacular (54% desde ahí) que le hace símbolo de ese arte cada vez más en desuso. DeRozan no renunció nunca al progreso pero tampoco estaba dispuesto a perderse a él mismo por el camino.

Su impacto en Chicago, bloque que rubrica la primera parte del curso como uno de los cuatro mejores del Este, se explica a partir de tres áreas clave. En primer lugar, su aportación a nivel de vestuario. DeRozan, jugador mejor pagado en estos Bulls, llegó con perfil bajo, lejano a egos y a marcar territorio. Su voluntad de colaborar, facilitar y enseñar encandiló rápido a un grupo hambriento por competir. Incluso LaVine, con el que bien pudiera existir recelo previo por suponer una ‘amenaza’ a su mando ofensivo, quedó prendado del carácter de un DeRozan solidario y cuya sencillez atrapa.

Porque ser muy bueno, incluso el mejor, nunca debería exigir pretender demostrarlo a cada instante. E incluso en una Liga plagada de focos lo más importante suele suceder más allá de ellos, en la intimidad de un grupo humano de muy distintas personalidades pero que tiene un objetivo común. Ahí su personalidad y predisposición han resultado de incalculable valor.

El segundo aspecto clave es su gestión de dos apartados muy importantes a nivel ofensivo: el pick&roll y el aclarado, dos acciones de gran peso estructural en la idea de Billy Donovan para su plantilla actual. DeRozan sostiene la primera con maestría: los 0.98 puntos por posesión que produce es una marca por encima del 80 percentil NBA y, por concretar aún más, por encima de la de Chris Paul y James Harden, dos de los grandes elegidos del baloncesto actual en ese arte.

Pero brilla aún más en la segunda, el recurso individual que abre Donovan, hasta el abuso, en caso de atascos de ataque o defensas que nublan la circulación de balón. DeRozan ejecuta el uno contra uno a nivel superlativo, llevando su dominio a unos salvajes 1.12 puntos por posesión en esas acciones, en el 90 percentil y por delante, sin ir más lejos, de especialistas como Kevin Durant o Luka Doncic.

Habiendo perdido su pico de explosividad física, sobre todo en lo relativo al primer paso, su capacidad de producir en base al fundamento técnico abruma. DeRozan, estudioso del juego al milímetro y muy cercano en su día al difunto Kobe Bryant, ha ido depurando su bote, juego de pies y variedad en las fintas hasta convertirse en una pesadilla que siempre acaba obteniendo el tiro que desea. “Cuando le veo –contaba LaVine- siempre tengo la sensación de que no le preocupan ni su defensor ni el tiempo que quede en el reloj de posesión. Verle es como dar por hecho que va a acabar lanzando y anotando el tiro que él quiera”, explicaba.

Esa virtud, que definía con asombro su compañero, se potencia más que nunca en el tercer punto de su baraja: el clutch. Es decir, la resolución de situaciones de final de partido con escasa diferencia en el marcador. Ahí los Bulls están exprimiendo triunfos este curso (han sido uno de los diez mejores equipos NBA durante la primera parte de la fase regular) en base, sobre todo, al rendimiento de DeRozan.

DeMar es, al cierre de estas páginas, el segundo jugador que más puntos ha anotado esta temporada NBA en situaciones de clutch (82), únicamente tras Joel Embiid. Y no solo superando cuantitativamente a perfiles como Durant o Tatum, sino también cualitativamente (con porcentajes de acierto superiores al 51%) a la totalidad del Top 10 exceptuando el caso del camerunés. El jugador de los Bulls anota más de un punto por minuto en esos escenarios.

Su respuesta ante la adversidad, al rescate de los suyos bajo máxima presión, está resultando vital para el excelente curso de Chicago, incluso pese a las numerosas bajas que han ido azotando a los de Donovan. En toda la Liga, solo Giannis Antetokounmpo está anotando más que DeRozan en los últimos cuartos de los encuentros. Cercano a los ocho puntos por noche ahí, cuando más quema el balón sus compañeros saben dónde hacerlo llegar para que resuelva.

El mejor ejemplo de ello se pudo ver coincidiendo con el cambio al nuevo año, cuando DeRozan anotó dos canastas para ganar, sobre la bocina, en dos días consecutivos. Para colmo, ambas llegaron desde el triple. Primero lo logró en Indiana, el 31 de diciembre. Veinticuatro horas después lo lograba en Washington. Nadie había logrado algo así en lo que va de siglo.

La huella de Popovich

El camino hasta llegar a Chicago no fue fácil. Y deparó, de hecho, algún trauma inesperado. DeRozan fue un símbolo en la mejor era de los Raptors, la de confirmación de su proyecto entre la élite. Una, no obstante, cerrada siempre a las manos de LeBron James, que reventó la paciencia del proyecto hasta jugársela a un ‘todo o nada’ que seducía demasiado: poseer la carta de Kawhi Leonard… aunque fuera solo un año. Como así sería. El sacrificado fue DeMar.

DeRozan se enteró de su traspaso de Toronto, con destino San Antonio, al salir de un cine, en Los Angeles, en julio de 2018. Aquella noche, al mirar su teléfono nada más abandonar la sala,  contempló unas cuantas llamadas perdidas. “Después atiendo”, pensó el jugador, que primero cogió su vehículo y fue a por algo rápido, para cenar.

Ya habiendo llegado, en pleno aparcamiento le sorprendió una nueva llamada, que esta vez sí respondió. “Has sido traspasado a San Antonio”, le dijeron. El jugador reconocería, meses después, que permaneció inmóvil y durante más de dos horas en ese mismo aparcamiento, tratando de digerir lo ocurrido, antes de regresar a casa. En ese tiempo solo pudo acertar a llamar a su íntimo Kyle Lowry, para contarle. De un plumazo, toda su vida había cambiado para siempre.

DeRozan, que pasó nueve años en Toronto, era mucho más que un jugador de baloncesto para los Raptors. Al menos desde su prisma. Porque la franquicia se lanzó efectivamente a por Kawhi Leonard buscando cerrar sus aspiraciones de anillo, circunstancia que logró, deshaciendo la relación de DeRozan con los Raptors. Aquel verano fue duro y nada más llegar a su nuevo destino, los Spurs, DeRozan se encontró otra situación que no acababa de entender. Esa otra, sin embargo, le ayudaría a relanzar su carrera.

Minutos antes de una sesión de tiro, durante el campus de entrenamiento previo a la temporada, Gregg Popovich, técnico de San Antonio, dejó claro un mensaje a sus jugadores. “DeMar va a ser nuestro base esta temporada”. DeRozan, con los ojos como platos, ni se lo creía.

Pero así sería. Popovich dio el cargo de director de su ofensiva a un hombre hasta entonces etiquetado como anotador de volumen y cuyas dotes para la distribución parecían en entredicho y puestas siempre en segundo plano ante su propia anotación. Como siempre, el veterano entrenador sabía muy bien lo que hacía. Sacar a DeRozan de su zona de confort era arriesgado pero la recompensa bien merecía la apuesta.

“Aquello cambió por completo mi concepción del juego. Me ayudó a dirigir, controlar ritmos, manejar momentos de partido para compañeros, entender mucho más situaciones sin balón y valorar cada posesión con más detalle”, explicaría después. DeRozan no solo elevaría sus cifras de pases de canasta por partido sino que, lo vertebral, sentaría las bases para una segunda parte de carrera en la que su entendimiento del baloncesto, bebido directamente de uno de los más grandes técnicos de siempre, le permitiría adaptarse y brillar en cualquier escenario futuro. Tuviera más o menos protagonismo ofensivo o con balón, DeRozan iba a entender qué hacer, cuándo y cómo a un nivel totalmente desconocido antes.

Su padre, con él

Frank DeRozan nunca se perdía un partido, ni siquiera un entrenamiento, de su hijo. Era conocido en Toronto precisamente por ello. Pero aquello venía de lejos. Ya en Compton, al sur de Los Ángeles, donde DeMar creció con el baloncesto y su padre ejerciendo como salvavidas en un barrio donde coger el rumbo equivocado era lo habitual, sucedía así.

Durante la etapa de su hijo en los Spurs, la salud de Frank se mantuvo bajo mínimos hasta que, en febrero de 2021, se conoció la fatal noticia. La pérdida fue un mazazo para un DeMar que, incluso jugando en San Antonio, volaba siempre que podía aunque fuera para estar una tarde con su padre enfermo, en California.

“Me sentaba a su lado, estando él tumbado en la cama, y pasaba así las horas. Había veces en las que mi padre estaba tan débil que después ni siquiera recordaba que hubiera estado allí con él”, apuntaba un DeMar que aprovechó el verano para rendirle un último homenaje: un tatuaje en su hombro izquierdo, con una foto minuciosamente elegida de su padre que le traía recuerdos especialmente buenos.

“Solo es un recordatorio para que cada vez que salga a jugar él pueda seguir estando conmigo, para que pueda seguir viéndome siempre. En el fondo yo no estaría aquí de no ser por él”, reconocería DeRozan. Es más que posible que Frank, allá donde esté, mantenga su orgullo intacto por lo que su hijo está haciendo en Chicago. En el fondo y en las formas.

A contracorriente, DeRozan pisa fuerte.

 

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